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Desearía tener superpoderes

Me gusta hacer listas. Tengo listas de todo tipo: lugares a los que viajar, libros que leo, libros que quiero leer, países que visité, títulos de libros que nunca escribiré (o sí, quien sabe), nombres de personajes para una novela, frases, chascarrillos de gente de mi pueblo…  En fin, cada una tiene un espacio íntimo para el friquismo, este es uno de los míos.

Leonora a la izquierda con su amiga que llora cuando piensa en ella

En estos días de Pandemia, todo el mundo anda haciendo pronósticos, así que pensé que sería una buena idea hacer una lista de deseos para cuando acabe toda esta locura que nos ha tocado vivir.  Esta vez no quería hacerla sola, así que me puse manos a la obra y (¡oh sorpresa!) tuve que hacer una lista accesoria: catálogo de países dónde tengo amigas y conocidos. Cuarenta y cinco países, cuarenta y cinco objetivos. Uno a uno fui seleccionando a gente de estos lugares, les pedí un texto corto: «Después de la crisis del Coronavirus ME GUSTARÍA que…», era la consigna. Y «voilà», en pocos días aparecieron los primeros deseos.

El primero de ellos, el de Leonora Beniscelli Contreras, a la que sigo en redes desde que una amiga en común escribió esto sobre ella: «Siempre que la veo lloro mucho porque me emociono terriblemente«.  Ella fue la primera en contestar a mi llamada y la primera en romper la única regla que pedí (brevedad). Y por eso, por saltarse las reglas, Leonora se cuela en mi blog  para inaugurar esta lista de deseos imprecisos. Gracias Leonora

Desearía tener superpoderes

Mi nombre es Leonora Beniscelli Contreras, nací en Santiago de Chile y actualmente vivo en Valparaíso con la mia innamorata (estamos viendo una serie italiana que me tiene completamente secuestradas las ideas, perdón la siutiquería), y un gato llamado Camote (como el tubérculo de la zona andina, pero en realidad le pusimos así con Caru, su otra humana de cuando lo adoptamos, porque en Chile se usa la palabra «camote» para referirse a alguien que es molestoso, cargante, obsesivo, mi gato es bastante así, camote y catete, pero también regalón y dormilón). Ahora soy teleprofesora, teletrabajadora, telestudiante de Doctorado, teleamiga, telehija, telehermana y telenieta.

Mi corazón, eso sí, es una constelación de amoras y amores repartidos por hartos lugares de Chile (Antofagasta, Calama, el Valle del Elqui, Santiago, Concepción, Temuco), Abya Yala -Buenos Aires (porque viví ahí), Lima, México- y otros lugares del mundo como Londres y ahora también Vitoria en Euskadi, Estados Unidos, Francia, Escocia… (para hacer esta lista pienso en con quiénes me he comunicado seguido este último mes).
Aun no le pongo palabras a lo que me gustaría que de esto se nos quede. Me debato entre desear, fantasear que ha pasado el tiempo y miramos esto que vivimos con distancia y en concentrarme en vivir el aquí y el ahora.

Pero sí… cada tanto me meto en un túnel del tiempo y me imagino con amigas, siempre con amigas, recordando esto que vivimos en “ese tiempo» (porque es el futuro)… ese tiempo de la pandemia, en ese tiempo del colonialvirus como tan lúcidamente lo han llamado Yuderkys Espinosa y Mafe Moscoso en su dolorosa nota “Guayaquil, ‘colonial’ virus”. En la imagen que proyecto en mi mente estamos todas, no se nos fue ninguna. Recordamos con muchísima pena, pero también nos damos cuenta que aquello que vivimos se encarnó en nuestro cuerpo y eso nos da algo… no se qué… una arruga más. Es lo que pasa con las experiencias vividas. Las encarnamos como aprendizajes o des-aprendizajes y eso nos transforma. Hasta ahí llega mi imaginación hoy, no me atrevo a mirar más allá.

También es porque le temo siempre a sonar burguesa si insisto en mirar esto, como todo en mi vida, en clave de aprendizaje y pedagogía. Pero sí, me pasa que al menos a nivel personal esto ha significado abrazar una rutina sencilla y por lo mismo tranquilizadora, muy ligada a cariñosearnos con comida hecha por nosotras mismas, a mantener nuestro espacio luminoso, limpio, ordenado. Supongo que para dos tierras encerradas juntas y enamoradas, la rutina, lo rico, lo ordenado, nos da tranquilidad. Lo sencillo, lo calmo… hay menos ruido afuera, eso me gusta.

Deseo que no aprendamos la pedagogía de muerte que intentan imponernos. Pedagogía de muerte, de crueldad, de fanfarronería del ministro de salud, del presimiente, una pedagogía de palabras bélicas, de enlistar cuerpos que no valen para el sistema: les migrantes, las personas viejas, las personas racializadas, las travestis, la gente en la calle, las trabajadoras sexuales. Deshumanizar, descartar vidas… Mirar redes sociales me angustia por eso y también porque me destripa el corazón el discurso del “de algo hay que morirse” y del “somos una plaga”, me desesperanza… siento que encubre que como todo en este sistema injusto hasta la médula, las muertes están y seguiran estando tan desigualmente distribuídas… (ahí me aflora la rabia y me acuerdo de la Marlene Wayar y su grito del “¡digan la verdad!”… digan que de algo se morirán quiénes no valen para el mercado capitalista deshumanizador…). Está todo tan enredado, porque a la vez que me des-corazonan, también las redes sociales son más que nunca una ventana para conectarme con mis afectos que me sostienen.

Está todo tan enredado… creo que he dicho eso muchas veces este mes que ya cumplimos encuarentenadas con mi compañera. Pero… ¿sabes qué? algo de la crueldad de esa pedagogía de muerte cede espacio a la ternura cuando me veo viviendo esta cuarentena con una compañera cariñosa y tierna con la que nos repartimos órganicamente las tareas que mantienen nuestra casa rica de habitar. Me siento privilegiada por eso… pienso mucho en eso. En mis privilegios. En haber vivido una vida con privilegios. En tener hoy un departamento grande y luminoso que me endeudó por 25 años más a costa de altas cuotas de stress y de maltrato laboral. En que tener “teletrabajo” se ha convertido rápidamente en tripletrabajo. Y en mis estudios de doctorado, en los que como puedo, sigo concentrada. Pienso y siento muy profundamente que los que vivo como privilegios, por un lado no lo son tanto y, por otro sí me permiten disfrutar de cosas que desearía fueran básicas para todas las personas: vivir en un lugar propio y calentito en el que compartir la vida con seres maravillosos, hacer un trabajo que te guste, tener una red amorosa de familia escogida y amigas que te sostienen, no perder la capacidad de imaginar otros mundos…

Desearía no tener que aprender las imágenes de muerte/genocidio que estamos viendo… en Italia, en Nueva York, en Guayaquil… Desearía no pensar que esas imágenes probablemente van a repetirse en Chile estando a merced de estos rufianes en el gobierno. Desearía des-aprender toda la angustia de los últimos días, desaprender el despertarme en la noche sobresaltada por mi imaginación catastrófica (siempre la he tenido) que avizora la posibilidad de que mi abuela se enferme, o mi hermana, a veces es mi papá que es bastante más viejito que mi mamá. Otras veces son compañeras, amigas, amoras en España, amigos en Francia. De chica que padezco la injusticia y me angustia la muerte, así que este proceso me mantiene frágil emocionalmente, pero sostenida materialmente y en términos afectivos… Algo de sentido y de belleza restituye el saberme en un tejido con compañeras hermosas que pese a no poder encontrarnos, llevamos un mes mandándonos añuñucos y diciéndonos: “Te amo bebé. Extraño tus abrazos”.

Saberme en esa red me ha permitido poner energía en mantenerme pendiente de mis amigas que están atravesando, con esta pandemia, una crisis de sostenibilidad de sus vidas: ya precarizadas han sido despedidas de sus trabajos. Saberme sostenida me ha permitido tener energía para activar todo lo que puedo en términos de solidaridades antirracistas.

¿Sabes qué? Sí, tengo un deseo claro. Mi deseo más profundo hoy día es que se acabe el gobierno tirano y criminal que tenemos en Chile. Y que pronto, lo antes posible, las revueltas cotidianas que venimos creando nos conduzcan a un estado de cosas en que la vida de las personas esté al centro.

Antes cargaba ese deseo de conceptos como despatriarcalizar, descolonizar… justo hoy hablaba de eso con un amige que trabaja conmigo en las clases que doy como profesora precarizada en una Universidad en Santiago. Hoy no me importan los conceptos, sólo pienso en la vida, en vivir, en que las personas añosas no sientan miedo, que vivan con la certeza de que las vamos a cuidar…en que las mujeres, niñes y disidencias migrantes no sientan miedo, que vivan con la certeza de que las vamos a cuidar… y así desearía tener superpoderes y transmutar el miedo y la sensación de desamparo en la que estamos sumidas con este gobierno criminal, por sabernos sostenidas y cuidadas… porque sabernos cuidadas fuera una realidad hoy y siempre. Eso sueño, para todas, para les niñes y las abuelitas primero, para las mujeres migrantes y racializadas, para mis amigas, para las abuelas de mis amigas, para todes.
Si hiciéramos una nube de palabras creo que las que más he repetido este último mes son cuidado, vida, esperanza. Sostener la vida, cuidarnos entre nosotras, mantener la esperanza. Vivir…

Leonora Beniscelli Contreras

Imagen de portada: Alera Estudio (@alera.estudio)