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Eso a mí ya no me interesa

La puesta de sol que me conectó con Elvira

Conocí a Elvira en una puesta de sol de agosto. El amor a la fotografía nos conectó de inmediato. Un extraño impulso me levantó del banco de aquel parque y me hizo entablar conversación con esta mujer de 86 años. Ella tomaba la misma fotografía que yo había tomado apenas unos minutos antes. Ese fue el punto de inicio, después una larga conversación sobre su azarosa vida, millones de audios y un intercambio de fotos de todas las nubes crepusculares nos unen desde entonces.

Elvira es natural de Baza, que después de Granada es el municipio más grande de esta provincia andaluza. Ella forma parte de la diáspora que, en años de la tardía posguerra, obligó a miles de andaluces a buscar un futuro mejor en otras latitudes. Elvira eligió Cataluña y allí pasó gran parte de su vida adulta. Tras la jubilación y algunos avatares de la vida como la pérdida de una hija, Elvira decidió volver a su pueblo natal. “Este es un pueblo de viejos y niños, pero aquí se vive muy bien ahora”, recuerdo que me dijo en nuestro primer encuentro.

Este es un pueblo de viejos y niños, pero aquí se vive muy bien ahora

Elvira con el reconocimiento a su labor voluntaria en la Cruz Roja

Ahora tiene una vida tranquila, pero muy activa, vive sola, es voluntaria de la Cruz Roja y llama varias veces a la semana a otras personas mayores con menos energía vital que ella y les alivia durante un rato de mal de la soledad. Elvira también hace zumba en los parques públicos de la ciudad, a ritmo de las instrucciones de una joven monitora que rebosa energía y colecciona adeptas octogenarias.

Elvira nació en el año 1936, dice que la “guerra, guerra” no la vivió “me acuerdo más de la posguerra y los tiempos de Franco, como duró tanto…”. Ella vivía en un cortijo a once kilómetros del casco urbano. Recuerda a la gente pobre que vivía a su alrededor, “había la tira y la cantidad de gente pobre que venía de Jaén andando…”

El primer recuerdo de infancia de Elvira es una historía mínima, pero estremece. Ella cree que tendría unos cuatro o cinco años. Era una noche de un día lluvioso de frío invierno, los perros ladraban y un hombre liado en una manta muy rota llamaba a la puerta del cortijo. Cuando la puerta se abrió ella se agarró a las faldas de su madre para contemplar lo que recuerda como una terrorífica escena. El señor estaba tapado hasta la cabeza, una gota de agua resbalaba de su nariz, llevaba una lata “enrubinada” atada con un cordel. La madre de Elvira le ofreció pan y el hombre le pidió alguna “pringue” para poder aliviar la sequedad de los panes de posguerra. A Elvira esta escena le marcó y 80 años después la revive y se indigna cuando alguien le habla de la pobreza de nuestros días. “Aquello sí era pobreza de verdad, no lo de ahora”.

El hombre le pidió alguna “pringue” para poder aliviar la sequedad de los panes de posguerra

Elvira no vivió en su casa la pobreza extrema, era de las que tenía en casa algún mozo y alguna moza que cuidaban de los animales o de las tareas domésticas. Su madre, cuando llegaba la gente pobre que vivía en las inmediaciones de su cortijo, lo primero que hacía era quitarle los piojos, quemarle la ropa y darle ropa limpia, queriendo evitar a toda costa que a sus hijos se les pegaran las contagiosas larvas.
Otro recuerdo que sigue impresionando a Elvira es el de esas madres que venían de Badajoz o de otras latitudes de Andalucía para “ofrecer a sus hijas, tan guapas y jóvenes, por la comida”. Según cuenta Elvira, estas niñas eran “dejadas” y en su relato hay un poco de normalidad y un mucho de pena. También cuenta que algunas de esas criaturas, dejadas sin más remedio, por unos padres que no podían hacerse cargo de ellas, eran violadas por los cortijeros. Una de ellas, fruto de un desafortunado accidente murió a causa de un tiro de uno de los mozos. “Cuando vinieron los padres a recoger el cuerpo de su hija, los señoritos les dieron jamones, les dieron dinero, aquello no se denunció. Fue un auténtico chanchullo”, relata Elvira visiblemente indignada, así eran los tiempos de Franco, “la ruina total”.

Esas madres que venían para “ofrecer a sus hijas, tan guapas y jóvenes, por la comida”

Elvira podría estar horas y horas contando sin titubear las vivencias de aquella noche larga que fue la posguerra.  Me emplaza a futuros encuentros para contar historias que no voy a creer, me dice. Parece cobrar vida entre tanto relato de muerte y, en realidad, lo que pasa es que Elvira y toda esa generación suya, la generación silenciosa o de los niños de la guerra , lo que anhela es gritar que aquello ya no, que hoy vivimos muy bien y que todo lo que tenemos hoy no ha caído del cielo.

Elvira tiene un latiguillo delicioso y que repite cada poco: «Eso a mí ya no me interesa«

Me gusta escuchar a esta mujer, sin condescendencias, porque tiene cosas interesantes que decir. Elvira tiene un latiguillo delicioso y que repite cada poco: «Eso a mí ya no me interesa«. Y es que, de verdad, son muchas las cosas que ya no le interesan,  convencionalismos vanos e inútiles como celebrar la Noche Vieja. En nuestro último encuentro, a pocas horas de acabar el 2022,  me hace sonreir para dentro, cuando me cuenta que ha leído el «Yo, vieja» de Anna Freixas y cuando me descubre encima de su cama un libro de la misma autora que yo no conocía: «Tan frescas: las nuevas mujeres mayores del siglo XXI«. Entonces, entiendo que cumplir años de esta forma a mí sí me interesa.

 

 

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La gente que busca la llave maestra

No suelo quejarme del sistema sanitario español. A los 18 años debuté como diabética, poco tiempo después viajé a El Salvador, más tarde a Nicaragua y unos años más tarde a zonas deprimidas de Colombia. Decidí que era burgués e injusto quejarse de un sistema, que con sus más y sus menos, funciona y funciona muy bien. 

Hoy quiero detenerme en la gente que busca la llave maestra. 

Quiero ser fiel a mi compromiso y, aunque hoy parezca que me quejo un poco, en realidad no lo hago. Hoy lo que me apetece es poner el foco en un tipo de gente que, de manera más o menos constante, nos acompaña a los crónicos y no tan crónicos en este transitar por los pasillos grises de nuestro imperfecto y machacado sistema sanitario. Hoy quiero detenerme en la gente que busca la llave maestra. 

Martes por la tarde.  El centro de salud mantiene algunas consultas abiertas, el mostrador de primera atención y la sala de enfermería. Me detengo frente a esta última que siempre tiene la puerta cerrada y espero con paciencia a que alguien salga. Respiro profundamente y repaso la frase precisa, la reformulo y espero tener algo de suerte esta vez.

El cartel sobre el corcho me mira de forma vigilante, acusadora. “Reparto agujas de insulina todos los martes de 10:00 a 11:00”. Aunque trato de controlar mi impulso primitivo, me enfado.  ¿Por qué no un horario más extenso?, ¿por qué no un horario de tarde para las personas que trabajamos? Siempre las mismas preguntas. Siempre la misma respuesta: respirar, formular una pregunta amable y esperar a alguien que se salte la regla. 

Mientras espero, recuerdo las visitas anteriores. La penúltima fue traumática. Eran las tres y media de la tarde de un viernes. Los consumibles de mi tratamiento, agotados. Mi paciencia también. La persona que me atendía tenía la pantalla visiblemente encendida, pero cuando le formulé mi petición, premeditadamente amable, repasada y empática, su respuesta fue contundente: “Ya he cerrado el sistema, es imposible. Tienes que venir los martes de 10:00 a 11:00”. Todos mis esfuerzos posteriores por tratar de conseguir mi objetivo de una forma civilizada fueron en vano. Fue tan agotador que prefiero no contarlo. 

En la visita posterior a esta tampoco tuve suerte.  El enfermero fue más amable, argumentó mejor, me dijo que no podía acceder a los armarios dónde estaban mis consumibles. Embalsamada en la frustración, obtuve el mismo resultado: una negativa: vuelva usted el martes en el horario establecido.

Está todo cerrado, como todas las horas de todos los días de todas las semanas que no son los malditos martes de 10:00 a 11:00.

Se abre la puerta. Sonrío, he tenido suerte. Está ella, no sé si es enfermera, si es auxiliar, si tiene contrato fijo o sufre la precariedad del sistema. Lo que sí sé es que hoy sí, conseguiré mis consumibles. Está todo cerrado, como todas las horas de todos los días de todas las semanas que no son los malditos martes de 10:00 a 11:00. Pero ella siempre encuentra la manera de solucionar mi problema. 

Primero me escucha, ya sabe que trabajo, pero me escucha pacientemente. Toma mis datos y sale de la consulta. Vuelve, me mira a los ojos y me tranquiliza: “no te preocupes, está todo cerrado, pero voy a buscar la llave maestra”. Vuelve a salir de la consulta, la escucho a lo lejos, abre una puerta, abre otra y me pregunta algunos detalles: “Son seis los que necesitas, ¿no?, es la caja amarilla, ¿cierto?” Se queja un poco de sus compañeras: “¡Lo cambian todo de sitio!, pero no te preocupes, lo encontraremos”. 

Por encima de eso tenemos todavía a esa gente, la gente que busca la llave maestra.

Y como era de esperar, tras unos minutos de intensa búsqueda, obtiene el resultado. No era tan complicado, mis consumibles aparecen entre sus manos alegres y resueltas. Yo respiro, sonrío de nuevo y me alegro de saber que en este país tenemos uno de los mejores sistemas de sanidad del mundo, pero por encima de eso tenemos todavía a esa gente, la gente que busca la llave maestra.

 

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Cuando abandonamos a la mejor generación que ha tenido este país

Abandonar: Dejar sola o sin atención ni cuidado a una persona, animal o cosa.

El grito ahogado de Mariano Turégano es un cristal roto que atraviesa con precisión cada una de las arterias principales de mi cuerpo. Me deja sin oxígeno, me ahoga y me cabrea. Y como este blog también es mi espacio íntimo para los enfados vengo aquí a deshaogar. Para el que llega tarde o no se ha enterado, Mariano es un señor de 82 años que vive en una residencia pública de la Comunidad de Madrid y esta semana ha comparecido en el pleno de su ayuntamiento, en San Sebastián de los Reyes, para denunciar las deleznables condiciones en las que vive junto a otras 140 personas.

Mariano Turégano comparece en el pleno del ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes (Madrid)

Hay que escuchar con atención los siete minutos y cuatro segundos de la intervención de Mariano. Su alegato no solo va dirigido a la Comunidad de Madrid, a los responsables de su residencia o a su ayuntamiento. Sus palabras punzantes nos interpelan a todas: «Nosotros no hemos nacido con 80 años, hemos trabajado mucho, ustedes lo deberían de saber porque hoy disfrutan de privilegios que nosotros peleamos, no para nosotros sino para ustedes, eso no se consigue mirando para otro lado. Es insólito que hoy estemos aquí pidiendo vivir con dignidad».

Nostros no hemos nacido con 80 años, hemos trabajado mucho, ustedes lo deberían de saber porque hoy disfrutan de privilegios que nosotros peleamos, no para nosotros sino para ustedes.

Así es, es insólito tener que mendigar la dignidad de toda una generación. Esta gente, recordemos, nació en la década de los años 30, 40 y 50 del pasado siglo. Es la generación que vivió en las peores condiciones de una posguerra que se alargó demasiado. Es la generación que conquistó la democracia para nuestro país. Es la generación que, sin apenas formación y con mucho esfuerzo, consiguió que sus hijos e hijas tuvieran el mayor nivel formativo de España. Es la generación que, durante los peores momentos de las distintas crisis económicas, da de comer a sus hijos, nietos y nietas; y es la generación que hoy sale a las calles para reclamar unas pensiones dignas,  una mejor sanidad o una mejor atención residencial. Esa es la mejor generación que ha tenido este país y yo no sé en qué momento hemos decidido abandonarla.

Esa es la mejor generación que ha tenido este país y yo no sé en qué momento hemos decidido abandonarla.

Tampoco tengo en mis manos todas las soluciones. Lo que sí tengo claro es que tenemos recursos, tenemos capacidades, algunas también tenemos ideas y lo más importante es que tenemos el deber moral y constitucional de atender y cuidar, repito, a la mejor generación viva que tiene este país. Pongámonos manos a la obra.

 

Dos ancianos pasean cogidos de la mano en el patio de la residencia Hogar San José de Baza (Granada). Foto: Antonia Bastidas Suarez.

 

 

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Sobre mujeres y cuartos propios

Llevo meses de intenso trabajo. Mi monitor de sueño me recuerda todos los días que duermo menos de lo necesario. Cuando tengo media hora de tiempo libre la disfruto como si fuera un largo día de verano. Ayer me concedí una tregua y decidí dedicar la tarde a cosas placenteras y contemplativas. No lo pensé demasiado, solo quería pasar el rato sin darle demasiadas vueltas a la cabeza, así que me dejé llevar por la recomendación de una compañera y después hice el «pito, pito» con mi lista de pelis pendientes de los Goya. Resultado: el documental La reina de las nieves. Carmen Martín Gaite que se puede ver en abierto en La 2 y La boda de Rosa de Icíar Bollaín que se puede alquilar en Filmin. 

Yo, que solo pensaba pasar el tiempo, esquivar las obligaciones, de repente me vi rodeada de mujeres con un mismo anhelo: un cuarto propio. Si Virginia Woolf levantara la cabeza no sabría cómo decirle: «lo siento querida, algunas hemos tenido suerte y como tu, hemos tenido el privilegio de tener un espacio exclusivo para lo nuestro. Otras, la mayoría, la inmensa mayoría, no han podido hacerlo».

Martín Gaite, también fue una de esas mujeres afortunadas. Tuvo la suerte de tener unos padres verdaderamente preocupados por una educación libre y progresista, que permitió a la escritora elegir la vida que quiso tener. Una vida, por otro lado, no exenta de dificultades. Elegir la vida que quieres tener en el contexto de una dictadura, especialmente empeñada en limitar el papel de las mujeres, no es una tarea sencilla.

Y sí, Martín Gaite, fue una privilegiada porque la inmensa mayoría de las mujeres de su época tenían el camino predefinido. En el documental podemos ver a una de ellas, Mariores Ruiz Olivera, compañera de clase de la facultad de filosofía y letras de Carmiña, como la llamaban sus amigos. Rodeada de libros, esta salmantina octogenaria dice con los ojos vidriosos: «me casé enseguida, tuve seis hijos y tuve una vida normal y corriente de persona burguesa de Salamanca. Me hubiera gustado seguir estudiando, pero yo no hice nada. Y lo siento pero no lo hice». Me gustaría tomarme un café con Mariores en alguna plaza de Salamanca y decirle al oído: «no tienes la culpa».

Con La Boda de Rosa la historia se repite. La peli esta ambientada en la España actual, en pleno siglo XXI, dónde algunos suponen que las mujeres hemos alcanzado grandes cotas de libertad y suponen erróneamente que, ahora sí, podemos tener nuestro cuarto propio, nuestro lugar para soñar y alcanzar todas nuestras metas. Pero no es así y en esta preciosa película, volvemos a ver que no, que todavía hay demasiadas mujeres que no tienen otra opción que dejar para más adelante todo.

 

 

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Sobre heridas y cuidadosDestacado

Tercera semana de confinamiento. Tiempo más que suficiente para sacar a la luz las miserias de nuestro tiempo. Las heridas se abren, supuran, escuecen y ahora se hacen más visibles que nunca. El Covid-19 ha paralizado en seco la maquinaria capitalista y el bloqueo nos ha permitido evidenciar de una forma un tanto obscena que las personas no estaban en el centro.

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La pobreza y la estrategia del colibrí

Hoy 17 de octubre es el  Día Mundial para la Erradicación de la Pobreza. Las cerca de 180 ONG, entidades sociales y culturales, sindicatos y universidades de la Comunitat Valenciana agrupadas en la campaña Pobresa Zero, han augurado una futuro abominable: «si no se adoptan medidas urgentes frente a la desigualdad y el cambio climático, más de 100 millones de personas acabarán en la extrema pobreza en los próximos diez años a causa de la escasez de alimentos y del impacto de fenómenos climáticos extremos». Así lo han advertido hoy en una rueda de prensa simbólica, celebrada en la Universidad Politécnica de Valencia.

No quiero enredar con las cifras, pues a lo largo del año son numerosas las organizaciones que nos demuestran con sus estudios el aumento incesante de la pobreza. En el ámbito nacional podemos consultar el recién publicado Informe AROPE  realizado por EAPN España o el Informe FOESSA  elaborado por la fundación con el mismo nombre y  Cáritas Española. En el ámbito internacional podemos tomar como referencia el Índice de Pobreza Multidimensional 2019 del PNUD. En todos estos estudios se evidencia año tras año que las cifras de la desigualdad aumentan de una forma obscena. Y en días como el de hoy es preciso denunciar y poner el acento en esta vergonzosa situación.

Más allá de las cifras, hoy vivimos en la paradoja de un mundo que tiene en sus manos todos los mecanismos necesarios para acabar con la pobreza y sin embargo no es capaz de hacerlo. Vivimos en la paradoja de contar con una inmensa mayoría de personas que manifiesta un claro deseo de erradicar la pobreza pero al mismo tiempo se ve vencida por la inacción.

Yo, sin ir más lejos, me reconozco demasiados días al año vencida, incapaz, inútil, una minúscula rama ardiendo en medio del Amazonas, nada de nada como decía la canción. Y es en estos días cuando intento recordar la fábula del Colibrí, quién terminaba diciendo algo así como: “Es posible que estas pequeñas gotas no sirvan para apagar un incendio, pero yo cumplo con mi parte.”

Y termino diciendo, en este día que no deberíamos conmemorar, que no nos venza la inacción, dediquemos al menos el 0,7 % de nuestro tiempo a luchar contra la pobreza, cumplamos con nuestra parte. Quizá de este modo los próximos informes concluyan diciendo que fuimos capaces de reducir las cifras de esta vergüenza.

Que no nos venza la inacción, dediquemos al menos el 0,7 % de nuestro tiempo a luchar contra la pobreza, cumplamos con nuestra parte

Actos y manifestaciones
Durante las próximas dos semanas, bajo el lema “Nos queremos sin pobreza y defendiendo el planeta” se celebran en la Comunitat Valenciana más de una veintena de actividades informativas, de sensibilización y denuncia. Los actos centrales serán las concentraciones que se celebrarán este viernes en la Plaza Mayor de Castelló a las 11.30 horas y en la Concha de la Explanada de España de Alicante a las 19 horas, y la manifestación que recorrerá el sábado las calles de València desde el Parterre, a partir de las 18 horas.

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Fotogalería del 8 de marzo en Valencia
Fotogalería del 8 de marzo en Valencia
Fotogalería del 8 de marzo en Valencia
Fotogalería del 8 de marzo en Valencia
Fotogalería del 8 de marzo en Valencia
Fotogalería del 8 de marzo en Valencia
Fotogalería del 8 de marzo en Valencia
Fotogalería del 8 de marzo en Valencia
Fotogalería del 8 de marzo en Valencia
Fotogalería del 8 de marzo en Valencia
Fotogalería del 8 de marzo en Valencia
Fotogalería del 8 de marzo en Valencia
Fotogalería del 8 de marzo en Valencia
Fotogalería del 8 de marzo en Valencia
Fotogalería del 8 de marzo en Valencia
Fotogalería del 8 de marzo en Valencia
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Romper el silencio frente al odio

Lo que voy a contar pasó a finales de septiembre. Volvía. Para mi los viajes de vuelta siempre suelen ser mejores que los de ida, especialmente cuando se trata de lugares que nunca he visto antes. México me trató bien, así que volvía con las vivencias flotando conmigo y tratando de acomodarse  en los escasos huecos que te reservan las aerolíneas modernas.

El vuelo: Ciudad de México-Madrid, operado por Aeroméxico. Me fijé en la tripulación y me gustó lo que vi. Una tripulación compuesta por gente corriente: algunas más altas, otras más bajas, unos delgados, otros más rellenos, personas con rasgos raciales diversos, simpáticos todos.

Quedaban apenas dos horas para tomar tierra. Momento crítico. Nueve horas con un margen de maniobra de cinco centímetros empiezan a hacer mella. Y por muy buenos recuerdos que tengas del viaje, la mala leche te llega. Te llega y no se va. Y miras el reloj y el tiempo no pasa. Y la mala leche sube. Pues así estaba, con la desesperación y las vivencias tratando de conciliarse cuando pasó.

La víctima: una de las azafatas del avión. Una mujer de unos 50 años. Estaba atendiendo a una chica bastante más joven que ella que estaba sentada en la misma fila que yo. Un pasillo y cuatro asientos nos separaban. Me perdí una escena pero intuyo que la azafata estaba realizando las labores de recogida de la basura que acumulamos cada vez que nos dan algo de comer. Y en esa tarea debió rozar a la chica con su mano o algo similar. Yo solo vi la reacción de la joven: «No me toques», dijo volviendo la cara hacia dónde yo estaba con los ojos cerrados y descompuesta por el asco. No me vio. La señora tragó saliva y le pidió disculpas. Lo hizo guardando las distancias y la joven, blanca y rubia pero racializada en odio volvió a repetir «te he dicho que no me toques». Lo dijo de nuevo sin mirarla, con más asco y más rabia, levantando las manos en paralelo a su cuerpo como protegiéndose.

No supe reaccionar en ese momento. Las cosas así pasan muy rápido. Y la violencia, en cualquiera de sus formas, a mi me paraliza. Pero lo cierto es que me sentí muy mal por no haber movido un dedo. Más tarde, cuando ya habíamos tomado tierra, busqué a la azafata, me acerqué a ella, le tomé las dos manos y le dije: «Nadie merece ser tratado de ese modo». Le brillaron los ojos, me apretó las manos y me dijo sonriendo: «Me di cuenta de que usted lo vio. No se preocupe estoy acostumbrada, pero hoy va a ser un día maravilloso».

Cada vez son más los sucesos de este tipo. Cada vez hay menos pudor a manifestar en público el rechazo a otras personas. Ya sea por motivos racistas, islamófobos u homófobos. Algunos sucesos son muy graves como ese pasajero de Ryanair que consiguió, propinando insultos vejatorios, que cambiaran de sitio a una mujer negra que viajaba a su lado. Otros, como éste que acabo de contar, son delitos de odio de baja intensidad. Tan baja que una no encuentra argumentos para alzar la voz o para denunciar. ¿Cómo vas a denunciar a alguien por decirle a otra persona «no me toques»?. Pero lo cierto, es que unos y otros hacen el mismo daño.

Asisto perpleja a este fenómeno que crece como la espuma. Trato de entender qué pasa por la mente de un ser humano para actuar de esta forman tan inhumana. Y leo a Caroline Emcke que me devuelve un poco la esperanza. Leed este artículo por favor. Emcke nos recuerda que hay una masa silenciosa que no debe permanecer callada por más tiempo. En Alemania se han organizado y se llaman #unteilbar (Indivisibles). Son muchos y quieren frenar esa espuma marrón y viscosa. Yo me sumo y por eso escribo, para romper el silencio. Porque si callamos, el silencio nos hace cómplices del odio.

 

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¿Por qué felicitar el Ramadán?

Si bien es cierto que España es un país aconfesional, así lo marca el artículo 16 de la Constitución, en el que se establece que «ninguna confesión tendrá carácter estatal», la realidad es que la segunda parte del artículo “Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.”, deja la puerta abierta a situaciones sorprendentes en un estado laico como las que se citan en este artículo del huffingtonpost. Por tanto, nos encontramos en un país oficialmente aconfesional pero con una clara debilidad hacia la las manifestaciones religiosas de una única religión: la católica.

Por otro lado, tal y como apunta el Informe anual de Islamofobia en españa 2017 es creciente el sesgo islamófobo de líderes políticos de partidos de diferentes ideologías. ISLAMOFOBIA POLÍTICA y  en Instituciones. Los datos de este informe se complementan con las conclusiones de este otro estudio de la Universidad de Valencia “La integración sociolaboral de las mujeres musulmanas: un espacio abierto para la innovación social en Valencia”,  dirigido por Ana Sales Ten. En él se destaca que la política pública en la Comunidad Valenciana no está siendo bien entendida por parte de las mujeres musulmanas. “En los últimos diez años se había dado un incremento significativo en políticas de inmigración. Es un dato objetivable. Con el nuevo gobierno las políticas de inmigración pasan completamente desapercibidas. Esta circunstancia genera en las mujeres musulmanas y en su comunidad un sentimiento de desprecio”, apunta Ana Sales. El estudio concluye que, aunque quizás es una percepción alejada de la realidad y la voluntad política, está derivando en un mayor aislamiento social y un alejamiento del interés por la integración.

Las personas musulmanas en España viven la contradicción de un estado laico en el que muchos líderes políticos, de diversas ideologías  muestran simpatía hacia la religión católica y al mismo tiempo una indiferencia creciente hacia las manifestaciones religiosas de la comunidad musulmana. Esta situación unida a la discriminación y creciente islamofobia en distintos ámbitos, hace que la integración de esta comunidad sea más complicada.

Boutaina El Hadri, gerente de la asociación Jovesolides, sugiere que “para paliar este sentimiento sería aconsejable que los representantes políticos de la comunidad, al margen de activar políticas públicas específicas, realicen pequeños gestos de reconocimiento y valoración de la religión musulmana, como por ejemplo, felicitar el Ramadán. Estamos tan machacados que cuando una autoridad política como el Primer ministro de Canadá nos felicita  el Ramadán o la fiesta del Cordero, miles de musulmanes lo comparten en redes sociales. ”.

En definitiva, ¿Por qué considero que las políticas y políticos que trabajan por la inclusión social deberían felicitar el Ramadán? Porque son un referente para toda la sociedad; porque si pretenden la inclusión de las personas musulmanas, además de garantizar los derechos y libertades básicas, es importante y urgente que tengan gestos que demuestren a todos que su forma de celebrar la religión es respetada y valorada en primer lugar por las personas que les gobiernan. Y quizá de este modo, con pequeños gestos, los musulmanes y musulmanas empiecen a ser respetados y valorados  por el resto de sus vecinos.

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No me gustas

Un autobús de la compañía Alsa. Ruta Barcelona- Algeciras. Al inicio del trayecto se sube una familia. Un matrimonio con una hija. La señora  y la joven se sientan juntas. Él ha reservado un asiento en la misma fila para estar cerca de las dos. Intenta sentarse. En su asiento hay una señora que se lo impide. Él no quiere problemas y busca otro lugar. El autobús se va  llenando. Es Navidad. La gente vuelve. Conforme van subiendo pasajeros el hombre va buscando plazas vacías y en cada parada va transitando de asiento en asiento.

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