Hoy ha sido un lunes muy lunes. Y mira que yo soy más de afrontar la semana así sin fijarme mucho en el día que es. Pero hoy he sentido el peso de los lunes con toda su esencia de día fatal. Así que he pasado la mañana y gran parte de la tarde abandonada a mi suerte o a mis hormonas. Cuando me pasa esto, nunca lo tengo claro..

Al final de la tarde una amiga me ha insistido en salir a cenar. Le he dicho un ¡claro que si!, que en el fondo escondía un ¡lo hago por que me lo pides, pero preferiría quedarme en casa!

 

Hemos llegado al Beirut Ciencias y la verdad es que he pensado que la cosa se ponía interesante. Estaba casi vacío. Si algo bueno tienen los lunes es precisamente la tranquilidad de los bares. Así que nos ha costado decidir si dentro o fuera con tanta opción disponible. Al final nos hemos decantado por sentarnos dentro en una zona muy confortable, rodeada de esos típicos sofás árabes.

 

En la misma zona un hombre solo esperaba su cena en una de las mesas. Ahora no recuerdo si nos hemos saludado. Creo que no, porque me ha parecido muy metido en sus cosas.

 

Mi amiga, ha pedido al camarero a las 21:27 horas, que antes de tomar nota le adelantara un vaso de agua para poder romper el ayuno. El camarero, que también estaba muy metido en sus cosas, ha respondido con entusiasmo a la petición. Y en seguida han entablado conversación “¿Pero haces el Ramadan?, ¿sí?, yo también, ¿pero no eres de aquí? ¡pero pareces de aquí!…” y después me he fundido en negro cuando se han puesto a hablar en árabe “Inshalah(…), Inshalah,(…) Hamdulilah (…).

 

En realidad, no hacía falta saber árabe para saber de qué estaban hablando:

 

“Te reconozco y me reconoces, en un lugar y una tierra que nos es hostil, que no nos quiere. Qué bien saber que no estoy solo, que no estoy sola, en esta noche cualquiera de nuestro mes sagrado, qué bien saber que alguien me entiende en este país que jamás podrá ser nuestra casa”.

 

 

La comida, bien. Rica y previsible, sin sobresaltos. Una pareja de mediana edad con dos hijos adolescentes se ha sentado en la mesa contigua y el señor que cenaba solo, detrás de nosotras, sin darnos cuenta se había ido. Creo que tampoco nos ha dicho adiós.

 

Cuando ya estábamos a punto de pedir el postre, el camarero se ha acercado a nuestra mesa para decirnos que tan solo tendríamos que pagar el postre y el té. El señor que había detrás de nosotras, el solitario, el que estaba en sus cosas y el que se ha ido sin despedirse, había pagado nuestra cena. El camarero nos ha explicado que el señor se había conmovido al saber que una persona estaba rompiendo el ayuno como él…

 

En fin, seguramente toda la energía de este lunes estaba esperando para condensarse en este momento, en el que te das cuenta, de nuevo, lo necesaria que es la gente que hace cosas pequeñas.