La gran mentira
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La gran mentira
La gran mentira

Llevo algunos meses buscando la razón por la que me siento tan fascinada por los países musulmanes. Y por fin creo haber descubierto el motivo.

Lourdes Mirón, Valencia, 29 ene. 2018.

Ha sido en mi último viaje. Un viaje de trabajo, de esos que no se planifican demasiado pero acaban siendo algo mejor de lo que esperabas. Destino: Turquía.

Mi fascinación hacia lo musulmán se ha ido forjado a contracorriente. En una época en la que han ido creciendo, en el escenario euroblanco, el odio y la islamofobia. Lo contaba hace unos meses aqui. También ha ido creciendo mi curiosidad por el islam al mismo tiempo que decaía el interés por mi propia religión: la católica. Reducida hoy a pequeños trozos de recuerdos. Recuerdos que guardo como se guardan las cenizas de los muertos: con cariño porque no los quiero perder. Son recuerdos de barrio y catequesis, de cura obrero y canción protesta, de grupo de fe y adolescencia, de jugar al escondite: ahora creo, ahora no.

Y en ese escenario, a contramarcha, ha ido creciendo mi devoción sin fe hacia lo musulmán. Unos cuantos viajes a Marruecos, unos cuantos libros, mucha harira, mucho té con hierbabuena y mucho escuchar las historias de mis amigas musulmanas han hecho el resto.

¿Qué he visto en Turquía? He visto a mujeres como Oya Güler, una excelente profesional del mundo de la educación que nos acogió como a las diosas. A Oya le encanta el flamenco y está deseando visitar Barcelona, una de sus ciudades favoritas. Es partidaria de Recep Tayyip Erdoğan como la gran mayoría de sus compatriotas y nos lo cuenta con el grado justo de afección. Cuando sí le brillan los ojos es en el momento en el que busca en su whatsapp unas fotos de su niñas. Dos crías preciosas que apenas se llevan un año.

He visto a jóvenes como Ali Metwaly, un estudiante egipcio que ahora vive en Estambul. Tenemos un amigo en común y eso fue el mejor pretexto para que Ali se ofreciera como guía improvisado durante un par de jornadas. Ali tiene 22 años y le encanta viajar. Con apenas 1000 euros ha visitado 17 ciudades de Europa, Oriente Medio y Asia en menos de 200 días. Quiere aprender muchos idiomas por eso chapurrea el español, el inglés y no sé cuantos idiomas más. En turco nos enseña, a mi y a mis colegas, algunas frases básicas para sobrevivir al Gran Bazar de Estambul.

Me he metido en una clase de adolescente turcos que huelen y sueñan como los nuestros: habitan en instagram; tararean el “Despacito” turco; se mueren por un selfi, por Ronaldo o por Messi; quieren viajar y vivir y reir.

He visto gente que vive con orgullo su religión y las costumbres que la visten. He visto flechas indicando la dirección de La Meca en el techo de un hotel. He visto extravagancias turísticas como aquella señora amasando pan en un escaparate. Y también he visto mucho respeto por la mujer. Más que el que últimamente se prodiga por aquí. He visto el rebusque en formato de máquina para cargar el móvil. He visto gente hospitalaria, trabajadora, con sentido del humor y también algún que otro gilipollas, como el que me tocó en el avión de vuelta, que me plantó sus piernas al más puro estilo manspreading. No le pregunté la nacionalidad, porque gilipollas hay en todos los sitios.

¿Qué he visto en Turquía que no había visto antes? En realidad no he visto nada que sustancialmente nos diferencie y ese ha sido mi gran descubrimiento, mi experiencia fundante. Lo que he visto esta vez con transparente clarividencia es la gran mentira que nos han contado en occidente sobre el mundo musulmán: que somos opuestos, que no somos iguales, que están por detrás y por debajo. Lo que he visto en Turquía, en Marruecos, lo que me cuentan de Egipto o de Jordania sus gentes, las que habitan allí, es el espejo de nuestras miserias y nuestras virtudes. Ni más, ni menos.